Traslucha, erre que erre con lo de los vientos que molan y los que no. En medio de todo este debate no se le ha ocurrido otra cosa que llamar “soberbio” a Cierzo. Y encima resulta que ella ya había leído Bartleby. Casi se ofende y todo. Nosotros no terminamos de pillarle el truco y de saber si va de buenas o de malas. ¿Qué opináis? En la entrega de hoy, Traslucha nos recomienda un hermoso cuento de Jack London. ¿Lo habrá leído Cierzo? Y lo que nos inquieta más: ¿cómo le habrá sentado eso de “soberbio”? #LuchaLibroZGZ
https://genericforgreece.comTítulo recomendado por Traslucha: Encender una hoguera
Autor: Jack London.
Edición mostrada en el vídeo: Reino de Cordelia.
Traducción de Susana Carral.
Ilustrado por Raúl Arias.
Pocos relatos resumen con tanta perfección el mundo aventurero y salvaje de Jack London como Encender una hoguera Escrito originalmente en 1902, su autor lo pulió y modificó hasta ofrecer su versión definitiva en 1907. Esta historia de un hombre y un perro que avanzan al atardecer por un bosque nevado, a sesenta grados bajo cero, guarda muchos paralelismos con Colmillo Blanco y La llamada de la selva, las dos novelas más populares de London, en las que también hay paisajes invernales, fidelidad del perro hacia el hombre, soledad y muerte. Pero aquí, además, incorpora un matiz inquietante que en ocasiones se acerca al terror. Raúl Arias transmite con sus ilustraciones la angustia y la soledad de los protagonistas, la ominosa presencia de lo salvaje, el egoísmo humano ante el acecho de la muerte y la sincera fidelidad de un perro. Un hombre en medio de la nieve. También un perro. El perro, tantas veces víctima de la crueldad humana, de las novelas de Jack London… Bosques y arroyos congelados. Y un frío (estamos muy al Norte, en el Yukón) que, literalmente, mata. ¿Es despiadada la naturaleza o lo son sólo los hombres? No hay en ninguna de las dos versiones de esta historia, que reunimos por primera vez en nuestra edición, espacio para lo «sentimentaloide», y pocas veces el carácter de los hombres ha sido tan bien radiografiado como en estas pocas pero fundamentales páginas: angustiosas, hermosísimas y terribles a la vez. «Por un instante se sentó y miró hacia el lugar donde poco antes estuviera el fuego. Entonces una profunda calma lo invadió. Quizás el veterano del arroyo Sulphur tenía razón. Si hubiera tenido un compañero de viaje seguramente ahora no estaría corriendo peligro alguno. El compañero habría encendido la hoguera. En fin, ahora debía encargarse él mismo de volver a hacer el fuego, y esta segunda vez no podía cometer un solo error. Incluso si lo conseguía, lo más probable es que perdiera algunos dedos de los pies, que debían de estar ya terriblemente congelados: pasaría un buen rato hasta que la segunda hoguera estuviera lista.»
«En Encender una hoguera aprendí, de niño, cómo somos los hombres y cómo debemos escuchar a la naturaleza.»
Jack Kerouac.